Lex Médica

CONTROL DE LAS MASAS.
TEORIAS DE ALDOUS HUXLEY Y GEORGE ORWELL.
Dr. Alonso Guido Ramírez
SNTSA 37
16 marzo 2022

Para reflexionar

«En el pasado, ningún Estado tenía el poder necesario para someter a todos sus ciudadanos a una vigilancia constante. Pero el invento de la imprenta facilitó el manejo de la opinión pública, el cine y la radio contribuyeron a acentuar el proceso. Con el desarrollo de la televisión (…) terminó la vida privada. (…) Por primera vez en la Historia existía la posibilidad de forzar a los gobernados, no sólo a una obediencia plena a la voluntad del Estado, sino a la completa uniformidad de opinión» (Orwell, 1983, págs. 221-222).

En el siglo XX, entre 1932 a 1953, se publican “una tríada de obras de ciencia ficción científicas” (Riva Palacio, mayo de 2014), que incluyen los libros Un mundo feliz, de 1932, de Aldous Huxley; 1984, de 1949, de George Orwell; y Fahrenheit 451, la última, de 1953, de Ray Bradbury. Cada uno de ellos representa unos mundos futuristas, con modelos políticos muy diferentes, pero que coinciden en el control que ejerce el gobierno, aunque es llevado a cabo de maneras muy distinta para cada autor.

Por un lado, Huxley plasma en su obra un mundo basado en el consumismo, en el suma, en la comodidad, en el entretenimiento vacío, que convierte a la sociedad en productos de una cadena de montaje, en esclavos voluntarios e ignorantes. Por su parte, Orwell describe un universo comunista dominado por el miedo y el terror, por la vigilancia constante y el control extremo de la historia y de los medios de comunicación por parte del gobierno. Por último, Bradbury muestra una sociedad que rechaza el conocimiento en todas sus formas, en la que los poderosos utilizan esta incultura para ejercer su soberanía.

La diferencia más abismal entre las dos teorías que se nos plantean en 1984 y en Un mundo feliz es la forma de controlar a la población: mientras el gobierno londinense de Orwell lleva a cabo un control directo y personalizado – vigilando desde cerca e individualmente a cada ciudadano –, en el Londres de Huxley el placer está al alcance de todos, y no parece haber nada más importante que este. En esta última obra, se nos muestra un mundo en el que parece dictar el libre albedrío, solo que, en realidad, la libertad no está al alcance de ninguna persona: ¿Cómo es posible ser libre si las cosas que haces o que te gusta hacer son aquellas a las que la educación te ha condicionado para amar?

Cuando superamos este contraste entre ambos libros – a priori, una diferencia que parece insalvable a la hora de comparar las teorías – nos damos cuenta de que los métodos utilizados por sendos gobiernos, así como las normas por las que se rigen, son, si no paralelas, idénticos. La propaganda masiva, la educación controlada, la fuerza del lenguaje, el rechazo al conocimiento, a los libros, a la racionalidad y a la ciencia, la intervención en la historia y en los medios de comunicación, el uso del ocio – siempre vacío – o los discursos políticos como fuente de poder son las principales herramientas mediante las cuales las élites dirigen la consciencia y la vida de los ciudadanos. Ciudadanos que dejan de ser vistos como individuos para ocupar el concepto de masa: en ambas historias, lo importante es la masa y su control, aquellos individuos que se salen de sus límites solo encuentran dos caminos: la muerte o el aislamiento, siempre, siempre, volviendo a la masa. Todos estos mecanismos constituirían, tanto para George Orwell como para Aldous Huxley, formas de “controlar la realidad”, que persiguen una deseada estabilidad social, un estado social de bienestar: ¿nos suena? Sin embargo, en ambas sociedades se afirma estar ofreciendo la felicidad a sus ciudadanos, y estos mismos se creen felices – o, al menos, lo más felices que pueden, o aspiran ser – siendo esta idea fruto de una constante propaganda y de un desconocimiento de otras opciones o caminos a tomar. Esto se consigue, en gran parte, gracias al lenguaje y a la comunicación, lo que tiene gran relación con los medios de comunicación contemporáneos, a través de los cuales estudiamos la realidad.

Sin embargo, todo ciudadano cree que vive en libertad, que elige su forma de vivir y el régimen político de su preferencia, su trabajo y su diversión, su lugar de residencia y sus desplazamientos, que no hay límites impuestos por el estado, que no existe vigilancia por parte del estado, que sus naturales exigencias no han sido mediatizadas por agentes externos, pero…

“Nosotros creemos en la felicidad y en la estabilidad. […] Imagine una fábrica donde todos fuesen […] individuos diferenciados y […] acondicionados para ser capaces, con ciertas limitaciones, de escoger libremente y asumir responsabilidades. ¡Imagínela!”. (Huxley, Un mundo feliz, 2007, pág. 162)

Por un lado, hoy día se vigila a la población mediante la tecnología, de un modo que Orwell habría encontrado fascinante si hubiera podido siquiera imaginar la idea del Internet. Por otro lado, veremos cómo, en muchos aspectos, la sociedad contemporánea se parece más al modelo de Huxley, con el apaciguamiento de la población gracias a la comodidad, al placer, al entretenimiento vacío que aportan las redes sociales o la televisión, al ocio desmesurado, etc. Una civilización que oscila peligrosamente entre el control directo y estricto, disfrazado de placer y necesidad. Necesidad ante el nuevo enemigo mundial del terrorismo; necesidad por la seguridad nacional y personal. Una necesidad – perturbadora y ¿real? – tan defendida por los medios de comunicación que es aceptada comúnmente. ¿Estamos dispuestos a vender nuestra privacidad, e incluso nuestra libertad, a costa de una supuesta mayor seguridad? ¿Es real el control ejercido por el poder? Y, lo que es aún más aterrador, ¿somos conscientes de dicho control?